El Demonio de las Armas (1950)

En septiembre de 2020, en las primeras semanas de vida de The Noir Spot, hablé de The Big Combo (Agente Especial), donde ya hice referencia a la carrera de Joseph H. Lewis, el director de Gun Crazy (El Demonio de las Armas), uno de esos cineastas olvidados que poco a poco van recibiendo el reconocimiento que merecen. Su carrera no fue muy extensa y estuvo enmarcada en la serie B, pero con películas de culto como las citadas, es un nombre a recordar, no solo por su manejo del noir, sino por sus esfuerzos innovadores y sus propuestas estilísticas. Con Gun Crazy consiguió una de las mejores películas del noir, una de las más representativas, aunque rara vez se encuentre en las listas más populares. Estamos ante una historia de atracos donde un loco de las armas con buen corazón se enamora de una artista que lo llevará al mundo del crimen. Una sinopsis que desprende negrura en cada una de sus palabras, una historia magnética, profundamente sensual y evocadora. El argumento parte de la historia (verídica) de los ladrones Bonnie y Clyde, referenciada en la película a través del vestuario, por ejemplo. A su vez, Gun Crazy es la principal inspiración de “Bonnie and Clyde” (1969), la película de Arthur Penn.

El guion fue obra de Dalton Trumbo, que no pudo poner su nombre en los créditos debido a su presencia en la lista negra del macartismo, y MacKinlay Kantor, quien había escrito la historia previamente y ganaría un Pulitzer en 1955 por Andersonville. La historia, los diálogos y los personajes están magníficamente escritos, sin embargo, el guion tiene varios momentos demasiado convenientes y los personajes toman decisiones de lo más cuestionables. No son cosas que no pasaran en la mayoría de películas de la época, pues el cine de entonces no vivía obsesionado por conseguir un guion intachable, pero a ojos de hoy en día son cosas difíciles de pasar por alto.

La película está protagonizada por dos intérpretes no muy conocidos, pero que mostraron una química en pantalla asombrosa, lo cual les convirtió en una de las parejas noir más recordadas, en especial por esos diálogos tristes, pero llenos de amor, sus variopintos vestuarios y las distintas imágenes icónicas que dejan sus huidas de la policía.

La actriz irlandesa Peggy Cummings encarna el papel de femme fatale, que le va como anillo al dedo y el cual supo explotar a la perfección, con esa mezcla entre empoderamiento y fragilidad, amor y seducción etc. Le basta una mirada para enamorar a Bart y un “te quiero” para hacerle perder la razón y tenerlo bajo su influjo. Su belleza y carisma le sirven para seguir adelante y conseguir sus objetivos, los cuales no terminan de estar claros. Inicialmente se siente atrapada y quiere liberarse, pero al final parece que la domina su obsesión por la violencia, que la hace sentirse viva, así que no quiere huir, sino seguir en el crimen. La interpretación de Cummings es fantástica, derrocha poder y aunque su rostro de porcelana nos haría pensar lo contrario, resulta muy expresiva, la personificación del mal. La actriz empezó su carrera interpretativa en el teatro y en la industria del cine británico, entró en Hollywood en 1947 de la mano de Darryl F. Zanuck, uno de los grandes productores de la edad de oro del cine estadounidense. A finales de la década de los 40 Cummings regresó a Inglaterra, aunque trabajaría una última vez en Estados Unidos, en la película que nos ocupa. Se retiraría a principios de la década de 1960, con apenas 35 años. De esta última década destaca La Noche del Demonio de Jacques Tourneur (1957).

El rol masculino recae en John Dall, el coprotagonista de “La Soga” (Alfred Hitchcock-1948). Debutó en el cine en 1945 con “El Trigo está Verde”, por la que fue nominado al Óscar a mejor actor de reparto, lo cual le convirtió en uno de los actores revelación del momento, sin embargo, nunca llegó a consagrarse en la industria cinematográfica, desarrollando la mayor parte de su carrera interpretativa en el teatro y la televisión. Encaja a la perfección en el papel, un amante de las armas, un hombre dotado para la violencia que, sin embargo, se siente incapaz de hacer daño a la gente. Pero se siente atraído por Laurie, que representa ese lado oscuro, lo cual le da un significado especial a la escena final, cuando aplaca, literalmente, ese demonio.

La música corrió a cargo de Victor Young, uno de los grandes compositores de la historia del cine, con 22 nominaciones al Oscar y más de 300 bandas sonoras, como la de “Un Hombre Tranquilo”. Transmite muy bien la tensión y desesperación de las huidas y persecuciones, el amor e intimidad de sus momentos a solas y el fatalismo del final. El cinematógrafo fue Russell Harlan, que venía de trabajar en “Río Rojo” (Howard Hawks), un western con elementos noir, en buena medida introducidos por él. Aun así, pese a su marcado estilo negro, solo trabajó en un noir. En su haber tiene algunas de las grandes películas del Hollywood clásico, como “Testigo de Cargo”, “Río Bravo” o “Matar a un Ruiseñor”. Sus planos están cargados de oscuridad, reflejando la opresión que sienten los personajes. Lo más llamativo son las secuencias de los distintos atracos, mostrando una variedad de estilos muy interesante, lo cual impide que se hagan repetitivos. Es especialmente destacable la escena en la que vemos el robo desde el asiento de atrás del coche, mientras Bart está en el banco y Laurie distrae al policía. Joseph H. Lewis cambió el guion para incorporar ese magnífico momento, un regalo narrativo que permite a los espectadores ver la escena en primer plano, con un ritmo maravilloso. Sin duda, una de las señas distintivas del film, una escena mítica que, como el resto de la película, sirvió de inspiración para multitud de cineastas.

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