La Escalera de Caracol (1946)
Robert Siodmak (Dresde, 1900) es uno de los muchos directores que llegaron a Hollywood en la década de 1940, provenientes de Europa, Alemania en su caso. De esa migración, entre muchas otras causas, nacería el cine negro, tal y como lo conocemos hoy en día. Sus influencias expresionistas, la inclinación psicológica de sus historias, así como su oscura perspectiva de la condición humana, fruto de su exilio del nazismo, ayudaron a plantar los cimientos del género. En 1944 rodó su primer noir, Phantom Lady (La Dama Desconocida), empezando así un ciclo de más de diez films, del que saldrían algunas de las grandes películas del género, como The Killers (Forajidos) y Criss Cross (El Abrazo de la Muerte).
En La Escalera de Caracol el deje expresionista del director se hace palpable, con esos planos angulosos y puntiagudos, que acercan el suspense al terror, género del que también toma prestado bastantes recursos. Los claroscuros creados por las velas y los rayos de una tormenta nocturna iluminando y apagando una casa antigua hacen que la realidad se confunda con la fantasía, con una pesadilla fatal. Pero hay mucho más, el miedo engañando a los ojos frente a un espejo, haciendo que esos traumas parezcan más reales que nunca, zooms sobre un ojo donde vemos reflejada la visión del asesino, oculto, al acecho. El psicoanálisis freudiano aplicado en el thriller, donde tanto Hitchcock como Siodmak triunfaron. La meticulosa puesta en escena es clave en la película, el director alemán cuidaba cada detalle del decorado, así como el aspecto y acting de los actores.
La película también homenajea al cine mudo, con una magnífica secuencia inicial donde vemos la magia de los inicios del cine a través de la emisión de una película muda (The Sands of Dee, 1912), con música en directo para acompañar el visionado, el encargado dándole a la manivela del proyector y los rostros de fascinación de los espectadores. Pero eso no es todo, pues la incapacidad para hablar de la protagonista, da lugar a escenas y momentos que nos recuerdan a ese cine de la década de 1910, en especial gracias a la interpretación y gesticulación de Dorothy McGuire, la actriz principal. La inocencia, estupefacción y terror que transmite funcionan muy bien, aunque en algunos momentos resulta poco creíble. Originalmente se pensó en Joan Crawford e Ingrid Bergman para el papel, pero finalmente, por temas de presupuesto optaron por una primeriza McGuire, que acababa de llegar a la industria del cine de la mano de David O. Selznick, que supo reconocer su talento en el teatro. No tuvo una carrera plagada de papeles destacables, pero en todos sus trabajos dejó claro que era una muy buena actriz. Fue nominada al Oscar por La Barrera Invisible, de Elia Kazan, con quien también trabajó en Lazos Humanos.
El reparto carece de estrellas, pero rebosa de buenos intérpretes, como George Brent, productivo y elegante actor británico de los años 30 y 40, recordado por sus hasta 11 películas junto a Bette Davis, de las que destacan Victoria Oscura y Jezabel. La película, pese a desarrollarse en Nueva Inglaterra, es muy británica, recuerda al cine de Hitchcock, más allá del suspense, o a Luz que Agoniza, con escenas realmente parecidas. Entre los secundarios tenemos a la también británica Elsa Lanchester, La Novia de Frankenstein o Testigo de Cargo, junto a su esposo Charles Laughton. Pero La mejor interpretación de la película es la de Ethel Barrymore, que fue nominada al Oscar a mejor actriz de reparto, algo que conseguiría hasta 4 veces en los últimos años de la década de los 40, logrando la estatuilla por None but the Lonely Heart, donde compartió pantalla con Cary Grant, volviendo así a la del cine tras 12 años de ausencia. Destaca también “El Caso Paradine” de Alfred Hitchcock.
El responsable de la fotografía fue Nicholas Musuraca, mientras que de la banda sonora se encargó Roy Webb, dos piezas fundamentales en el apartado técnico de las producciones de RKO Pictures, la productora de la película. Colaboraron en clásicos del noir como Stranger on the Third Floor (1940-Boris Ingster) o Out of the Past (1947-Jacques Tourneur), de la que hablé hace unos meses, así como en Cat People (1942), también de Tourneur, otra película muy adecuada para la noche de Halloween. Con dos talentos como estos no es de extrañar que ambos aspectos de la película funcionen tan bien desde los títulos de crédito iniciales, toda una declaración de intenciones. La mayor parte del metraje transcurre dentro de la casa, con los mismos escenarios, como si de una obra de teatro se tratara, pero Musuraca juega magistralmente con la cámara, consiguiendo que ninguna escena resulte repetitiva. Su trabajo con la iluminación es exquisito, prescindiendo de la luz artificial, dándole el toque lúgubre que necesita la película. Magníficos esos planos donde solo se ilumina al personaje central, de manera que la oscuridad a su espalda parece un abismo en el que cae irremediablemente. También cuando nos muestra el punto de vista del asesino, reflejando que el mal y el peligro están dentro de la casa. La violencia y los asesinatos son sutiles, lo más opuestos al gore que nos podamos imaginar, pudorosos incluso, pero qué buenos son esos planes teatrales donde vemos las manos de la víctima antes de morir. Más allá del fabuloso soundtrack de Roy Webb el sonido de la película es impresionante, siguiendo las convenciones del cine negro, donde siempre hay algún ruido de fondo, las ramas movidas por el viento, el crujir de las hojas al pisarlas, ventanas golpeando etc.
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